Según cronistas del período colonial las frutillas eran conocidas y cultivadas por los nativos de estas tierras antes de la llegada de los españoles. Fueron muy apreciadas por los conquistadores, por el mayor tamaño y sabor, diferente a las especies conocidas en otras latitudes.
En el Perú las conocieron con el nombre de “chili”, que seguramente daba cuenta de su procedencia.
Las frutillas eran uno de los productos que integraron el comercio entre mapuches y españoles en las nuevas ciudades. Los mapuches recolectaban los frutos silvestres o los cultivaban y eran entregados en los mercados envueltos en hojas de repollo.
A la antigua Concepción (hoy Penco) llega en el año 1641 el misionero jesuita Alfonso Ovalle, quien percatándose de que se encontraba ante especies no conocidas en Europa las dibuja, describe y les asigna el nombre de Fragaria chiloensis.

Podemos afirmar, entonces, que de Penco es la madre de todas las frutillas.
Aún existen recuerdos entre los vecinos de Penco de los Paseos a la Frutilla, acontecimiento social en los que el centro de atención era la recolección de las frutillas que crecían de manera silvestre y que se realizaban especialmente a los cerros, entre los que se destaca antiguos el sector llamado Frutillar, cercanos a Primer Agua.
Sin embargo, hoy con la explotación forestal a que se ha sometido los terrenos, con especies exóticas como el pino insigne y eucaliptos glóbulos, estas especies se encuentran prácticamente extinguidas.
La reflexión que se impone, ante esta situación es ¿ hasta que punto podremos sacrificar el patrimonio natural en función de favorecer la obtención de altas utilidades a corto plazo, que beneficien sólo a grupos económicos que se destacan por la depredación medio ambiental y el poco respeto a la diversidad ?